¿La inteligencia artificial podría desarrollar conciencia propia? Científicos estudian esta inquietante posibilidad
La inteligencia artificial (IA) dejó de ser una promesa futurista para convertirse en una herramienta presente en todos los aspectos de la vida moderna. Estas tecnologías ya son capaces de interpretar imágenes, procesar lenguaje hablado y escrito, analizar grandes volúmenes de datos y hasta ofrecer recomendaciones personalizadas con una precisión inquietante.
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Pero una nueva pregunta ha comenzado a surgir en los círculos científicos más serios: ¿podría la inteligencia artificial desarrollar algún tipo de conciencia? Lo que antes parecía un argumento de ciencia ficción, hoy está siendo evaluado con cautela por investigadores en neurociencia.
El Centro de Ciencia de la Conciencia de la Universidad de Sussex en Reino Unido está al frente de esta discusión. Allí, un equipo de expertos estudia a los patrones cerebrales humanos utilizando un dispositivo llamado dream machine, una máquina que emplea luces estroboscópicas para inducir estados alterados de percepción y así investigar cómo surge la experiencia consciente en el cerebro humano.
El objetivo principal es entender qué hace única a la mente humana y qué tanto se diferencia de los sistemas artificiales actuales. El interés es cada vez más urgente, modelos como ChatGPT o Gemini ya demuestran habilidades sorprendentes. Pueden conversar, adaptarse al lenguaje humano e incluso mantener la coherencia emocional en sus respuestas, a un nivel que ha sorprendido incluso a sus propios desarrolladores.
Un ejemplo que ha abierto nuevos caminos son los organoides cerebrales, diminutos grupos de células neuronales cultivadas en laboratorio que han logrado realizar tareas simples, como jugar videojuegos.
Esto no significa que sean conscientes, pero sí que el límite entre lo biológico y lo artificial podría estar desdibujando. Un hecho reciente ocurrido en Corea del Sur ha aumentado las especulaciones. Un robot que realizó funciones administrativas en el ayuntamiento de Seúl se autodestruyó tras un año de trabajo sin descanso.
Aunque no hay evidencia de que haya sido un acto “consciente”, el evento ha encendido alertas sobre el tipo de relaciones que estamos generando con estas máquinas.
Mientras la ciencia sigue investigando , la humanidad observa con asombro y algo de inquietud lo que está por venir.
