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Asdrúbal Aguiar Asdrúbal Aguiar

1989: Castro y el régimen de la mentira

Lea aquí la última columna de opinión de Asdrúbal Aguiar, secretario general del Grupo Idea.

Escribe Platón sobre lo que admira, a saber, todo aquél quien sobre un fondo de verdad teje un espléndido bordado de su cosecha, fantasea a partir de cosas o hechos vividos a diferencia de quienes se refieren a hechos o a cosas indiscutidas, pero las presentan a la luz de sus intereses, o sea, manipuladas. A estos, que les llamaría historiadores el fundador de la academia de Atenas, les calificaría de traductores esclavos de sus opiniones restándoles crédito a diferencia del creador libre. La novela, así, es una expresión sublime de la experiencia literaria.

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Mas ocurre algo distinto cuando la realidad es otra, como la que denuncia Luciano refiriéndose a quienes extienden la mentira bajo el manto de la verdad; justamente para destacar lo que él mismo hace con sus ‘Relatos verídicos’. Con giro socrático deliberado admite que “sólo digo una verdad, la de que miento”, con un propósito noble como el hacer viajar al lector a través de mentiras para volverlo exigente en su mirada; para que se tropiece con la verdad.

En otras palabras, tal como acontece con el mito entre los griegos, sirven estos para hablar de manera figurada o metafórica sobre esas otras verdades que adquieren dignidad, a pesar de la mentira que parecen decir y a fin de estimular a que se mire y se sienta al mundo con otros ojos; para descubrir en este lo que importa y es valioso, lo que nos ayuda a mejor regular nuestras limitaciones personales.

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Filoctetes, durante la guerra de Troya, quien se encuentra herido le persuade con mentiras Odiseo – éste, ante aquél, se le presenta como ejecutor de la voluntad de Zeus – para que vuelva a combatir como al término lo hace y mata con su flecha a París. No obstante, repara en que “la mentira no realiza la voluntad divina, sino que falsea a los mismos dioses, en tanto se los pone como excusa para el engaño”.

Esto último es, exactamente, lo que hace el fascismo contemporáneo y bien describe Piero Calamandrei (1889-1956) como sufriente que fue de lo ocurrido en la Italia bajo Benito Mussolini. Su texto seminal (Il fascismo come regime della menzogna, 2014) sobre el régimen de la mentira, cuyos párrafos repito con ánimo renovado por la actualidad de su crónica para el Occidente que emerge a partir de 1989, reza así: “La mentira política, que puede ocurrir en todos los regímenes al corromperse o degenerar, en el fascismo se la asume de forma sistemática como instrumento normal y fisiológico del gobierno”. Luego agrega don Piero la esencia de lo que ausculta: “Es algo más profundo, más complicado, y más turbio que la mera ilegalidad… es el régimen de la indisciplina autoritaria, de la legalidad adulterada, de la ilegalidad legalizada, del fraude constitucional”.

Este proemio es necesario, como astrolabio para diseccionar el discurso de Fidel Castro de 26 de julio de 1989, dicho hace 30 años habiendo transcurrido otros 30 años desde el inicio de su revolución de las mentiras. Es el paso para instalar luego, junto a Lula da Silva, el gran engaño del Foro de São Paulo. En la Plaza Mayor de Camagüey a menos de cuatro meses de cristalizar el fracaso comunista o socialismo real, simbolizado en la caída del Muro de Berlín, dedica sus primeras carillas, un centenar de párrafos, a su esquizofrenia intelectual. Tanto que hace dudar del autor que es él, y del objeto al que se refiere, pues mejor calzan con la realidad del primer mundo que extrapola a la Cuba que gobierna.

Sucesivamente pasa a los anuncios que son promesas al boleo e hiperbólicas. Sitúa la ominosa realidad que padecen quienes le escuchan en los predios del siglo XXI. Les habla de la transición verde que ya percibe y es consigna entre los causahabientes del fracaso marxista: “Planteamos, incluso, la idea de aprovechar el estiércol de la enorme masa ganadera que estará alrededor de la ciudad – la que aún no come carne – para convertirlo en humus”, dice. Y afirma que, allí, donde perora, 200 vaquerías por año.

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Se pregunta ante su audiencia, que desprecia al someterla a la dialéctica de su mendacidad, lo más insólito, acusando pérdida de contacto con la realidad: “Quisiera saber si en Estados Unidos, por ejemplo, hay alguna unidad que se asemeje a esta; quisiera saber si en Europa, si en Francia, si en Holanda hay un tipo de organización integral de la producción de magnitud que se asemeje a esta”. Se refiere, justamente, a lo no que no existe y es la obra de su delirio: “Se está construyendo el más grande centro lechero del mundo”, en Camagüey.

Al ir concluyendo, de vuelta a lo inevitable, le hace saber al pueblo reunido lo que este sabe y a diario le rasga sobre la piel: “A pesar de la sequía, cuyos daños serían realmente incalculables, esperamos mantener un nivel decoroso de producción azucarera [Cuba es azúcar, nada más]…, aunque, desde luego, mucho dependerá de lo que llueva en la parte final de este mes”, agrega.

Acepta Castro, sin embargo, que en la isla “vivimos un momento especial dentro del movimiento revolucionario mundial”. Hay dificultades, dice, no sin quejarse del problema mayor para él y que mucho le irrita, “la euforia del imperialismo, la posición triunfalista del imperio”. Habla de las dificultades en Polonia y en Hungría, planteando, desde entonces, un dilema: “Hay dos tipos de comunistas”, “los que pueden dejarse matar fácilmente, ¡y los comunistas que no nos dejamos matar fácilmente”, señalándose a sí.

Intima a Bush padre, quien cree que se desintegra el socialismo y por llevar – afirma – una política de guerra “contra los pequeños pueblos progresistas”, entre los que suma a su heroica Cuba. “¡Cuba y la Revolución Cubana resistirán! Lo digo, y lo digo con calma, con serenidad y con toda la sangre fría del mundo … Nosotros no bromeamos”, en su última sentencia.


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