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Japón

Hiroshima, ochenta años después: una llama eterna que solo se extinguirá el día en que la última arma nuclear desaparezca de la Tierra

Foto: NTN24
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El subdirector del Programa La Noche de RCN Televisión y NTN24, Jefferson Beltrán, viajó a Hiroshima en el 80° aniversario del bombardeo atómico del 6 de agosto de 1945.

El subdirector del Programa La Noche de RCN Televisión y NTN24, Jefferson Beltrán, viajó a Hiroshima en el 80° aniversario del bombardeo atómico que el 6 de agosto de 1945 devastó esta ciudad japonesa, dejando más de 140.000 víctimas mortales entre la explosión inmediata de la bomba "Little Boy" y las secuelas de radiación que se prolongaron por décadas.

Tras 17 horas de vuelo desde la Ciudad de México y luego tres horas desde Tokio en un veloz y puntual tren shinkansen japonés que alcanza velocidades de hasta 300 kilómetros por hora, he llegado al Parque Memorial de la Paz de Hiroshima. Soy un periodista con una inmensa curiosidad por las razones que han llevado al ser humano a la guerra, y por ello llegar a este lugar no solo es una oportunidad para buscar esas respuestas, sino también para reflexionar sobre por qué, pese a la devastación que generó la segunda guerra mundial, las principales potencias del mundo persisten hoy en una competencia por fortalecer sus arsenales nucleares. Y es que, según cifras de la Federación de Científicos Americanos, actualizadas a principios de este año, el mundo cuenta con aproximadamente 12.241 ojivas nucleares en total, distribuidas entre nueve países, de las cuales unas 9.614 se encuentran en arsenales militares operativos. Rusia lidera con 5.580 ojivas, seguida de Estados Unidos con 5.044, China con 500, Francia con 290, el Reino Unido con 225, Pakistán con 170, India con 170, Israel con 90 (cifra no confirmada oficialmente) y Corea del Norte con 50.

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Estas frías y amenazantes cifras contrastan con el silencio ensordecedor y el elocuente y trágico testimonio que para la historia moderna representa este lugar. En la resiliente y hoy moderna ciudad de Hiroshima hace 80 años los Estados Unidos, en el final de la segunda guerra mundial y ante la negativa de Japón a rendirse, detonaron por primera vez en la historia de la humanidad una bomba atómica. Aquel 6 de agosto de 1945, en cuestión de segundos murieron unas 70.000 personas, y después, por heridas, radiación y sus efectos, la cifra total ascendió a más de 140.000.

Al caminar por el Parque Conmemorativo de la Paz, no puedo dejar de pensar en que este, sin lugar a duda, es el epicentro de la memoria colectiva mundial sobre el riesgo que representa para el mundo la proliferación de armas nucleares. Este oasis verde de más de 120.000 metros cuadrados se erige sobre el terreno que fue arrasado por la brutal explosión de la bomba atómica.

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Aquí, los monumentos no son simples piedras; son guardianes de lecciones olvidadas, símbolos que invitan a la reflexión en un planeta que, irónicamente, habla de paz, mientras acumula misiles nucleares. Uno de ellos, quizás, el más icónico para la historia es el Domo de la Bomba Atómica, se trata de uno de los pocos edificios que quedó en pie y que está ubicado a solo 160 metros de la "zona cero", es decir del lugar donde la bomba atómica detonó y generó la máxima destrucción. Su armazón de hierro retorcido, con la cúpula desmoronada y las paredes desnudas, parece un grito congelado en el tiempo. Caminar a su sombra, en la tarde de sábado que lo visité, es un recordatorio de que la paz no es ausencia de conflicto, sino la elección diaria de no repetirlo.

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Luego me dirigí hacia el centro del parque y allí me encontré con el Cenotafio para las Víctimas de la Bomba Atómica, es un monumento diseñado por el arquitecto Kenzō Tange e inaugurado en 1952. Su forma distintiva es un arco parabólico de concreto, que simboliza un refugio protector para las almas de las víctimas. Bajo esta estructura arqueada reposa un cofre de piedra que contiene los registros con los nombres de todas las personas fallecidas a causa del bombardeo atómico del 6 de agosto de 1945. Actualmente, supera los 300.000 nombres inscritos, y se actualiza anualmente. En la cara principal del cenotafio destaca la inscripción: “Reposen en paz, pues el error no se repetirá”. El monumento no solo conmemora el pasado, sino que representa un llamado universal a la paz y al desarme nuclear, convirtiéndose en el punto central de las ceremonias anuales de conmemoración.

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Justo enfrente, la Llama de la Paz arde inextinguible desde 1964. El guía que me acompaña me explica que el fuego que observan mis ojos, solo se apagará, cuando la última arma nuclear desaparezca de la Tierra. Y es que al estar en este solemne lugar no puedo dejar de pensar que ambos elementos, el Cenotafio y la Llama, indiscutiblemente y tal como lo leí en los libros de historia forman un eje espiritual: uno honra el pasado, el otro ilumina el porvenir. La Llama de la Paz, tal y como ustedes lo pueden analizar en la siguiente fotografía se erige sobre un pedestal que evoca dos manos unidas por las muñecas, con las palmas abiertas hacia el cielo en un gesto de oración y consuelo. Este diseño simboliza el alivio a las víctimas que, en sus últimos momentos, clamaron por agua ante la sed insoportable causada por las quemaduras y la radiación. La llama, alimentada continuamente, no solo conmemora a las víctimas del bombardeo atómico del 6 de agosto de 1945, sino que encarna la promesa solemne de Hiroshima: mantenerla encendida como faro de esperanza hasta que el mundo quede libre de la amenaza nuclear.

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El Monumento a la Paz de los Niños erige una niña dorada sosteniendo una grulla de papel, inspirada en Sadako Sasaki, una menor de 12 años que, enferma de leucemia por la radiación, plegó mil grullas soñando con su curación. Sadako murió en 1955, pero su historia impulsó este tributo en 1958: una torre de 12 metros adornada con palomas y la Diosa de la Paz. Miles de grullas coloridas, enviadas por escolares globales, cubren su base como un tapiz de esperanza. Muy cerca de allí, la Campana de la Paz invita a los visitantes a tocarla y hacerla retumbar, un eco que resuena por el parque como un llamado universal.

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Finalmente visité el Museo Conmemorativo de la Paz, donde las reliquias cuidosamente expuestas trasladaron a mi mente y a mi imaginación el instante de la devastación. Entre las piezas más emblemáticas, está el triciclo de un niño de tres años, fundido por el calor infernal, el cual evoca la tragedia de las vidas truncadas. Relojes detenidos a las 8:15 de la mañana, la hora exacta de la explosión. Ropa quemada de víctimas, tejas de techo vitrificadas por el fuego nuclear, y monedas deformadas en masas irreconocibles narran el poder destructivo de una explosión que destrozó todo en un radio de 500 metros.

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Visitar Hiroshima es un encuentro con una ciudad que renació de sus cenizas, transformando el epicentro de la mayor catástrofe nuclear de la historia en un vibrante testimonio de resiliencia humana. Hoy, con rascacielos modernos y calles llenas de vida, Hiroshima no solo honra a sus más de 140.000 víctimas, sino que se erige como un faro global de paz y memoria colectiva, un recordatorio inquebrantable de los horrores de la guerra atómica y la imperiosa urgencia de impedir su repetición.

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