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Sábado, 06 de diciembre de 2025
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Alexis L. Leroy COP

Por qué no fui a la COP30 (y dónde se está moviendo de verdad la acción climática)

Lea aquí la columna de opinión de Alexis L. Leroy, fundador y CEO de ALLCOT.

No fui a la COP30 en Belém.

No porque me haya cansado del clima, ni porque me falte compromiso.

No fui porque he llegado al punto en el que el formato COP se siente cada vez más desconectado de la realidad que pretende gobernar.

Un amigo brasileño me dijo algo brutalmente honesto:
“Después de los portugueses, la peor cosa que le pasó a Belém… fue la COP”.

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Más allá de la exageración histórica, esa frase condensa algo que muchos en el terreno sentimos y casi nunca nos atrevemos a decir en voz alta: demasiada escenografía, muy poca coherencia con la urgencia física del clima.

Yo estaba en París en 2015, justo después de los atentados del Bataclan y otros ataques que dejaron la ciudad en shock. Había miedo, pero la sensación de estar viviendo un punto de inflexión era más fuerte. Creí —como muchos— que por fin se había trazado una línea en la arena.

Desde entonces he intentado honrar ese momento en el único lugar donde los acuerdos cuentan: en el terreno. Bosques, manglares, zonas de conflicto, marcos nacionales, y en los últimos años NDCs y el Artículo 6 del Acuerdo de París. Es decir: menos foto de familia, más trabajo de fondo.

Por eso mi ausencia en Belém no es desinterés.

Es una forma de decir: mientras la política da vueltas en círculo, el impacto tiene que avanzar en línea recta.

Las dos COP30: la que funciona y la que fracasa

Vista desde fuera, la COP30 se partió en dos realidades muy claras.

Por un lado está la escena que relató Fenella Aouane: los ministros de Medio Ambiente de Senegal y Noruega viendo un partido amistoso de fútbol, y aprovechando el descanso del medio tiempo para firmar un acuerdo bilateral de Artículo 6. Sin estridencias, sin discursos, sin “panel de alto nivel”.

Simplemente, implementación. Un ministro hablando de Artículo 6 con solvencia y sin papeles, porque la capacidad ya existe, el trabajo técnico está hecho y los países están listos para cooperar.

Esa es la COP que funciona: silenciosa, técnica, impulsada por los propios países y anclada en su realidad.

Y luego está la otra COP30, la que describió con crudeza Juan Carlos Monterrey Gómez desde Panamá:

Una “COP de los bosques” incapaz de escribir las palabras “combustibles fósiles” en el texto final.

Una decisión que borra cuidadosamente las causas de la crisis para no incomodar a los grandes productores.

Una plenaria en la que se llega a llamar “niños” a países latinoamericanos por atreverse a exigir ambición.

Esa es la COP que fracasa, y lo hace a la vista de todos.

Las dos ocurrieron al mismo tiempo, en el mismo recinto. Y juntas explican por qué elegí no estar físicamente en Belém.

No es la ONU la que falla: son algunos Estados

Es fácil decir “la COP fracasó”, “el sistema de la ONU no sirve”. Pero la CMNUCC no es un sujeto moral. Es un escenario.

Lo que vimos en Belém fue, una vez más, el choque entre dos fuerzas:

Más de 80 países pidiendo una hoja de ruta para salir de los combustibles fósiles.

Más de 90 empujando por un plan claro para detener la deforestación.

Un pequeño grupo de productores bloqueando cualquier mención concreta a ambos temas.

El resultado es conocido:

No hay hoja de ruta para abandonar los fósiles.

No hay camino formal para acabar con la deforestación.

La financiación para adaptación “se triplica”… pero hacia 2035, cuando los impactos ya estarán desbordados en muchos territorios.

Sí, se avanzó en un mecanismo de transición justa, en diálogos sobre comercio, en nuevas iniciativas forestales y en procesos paralelos liderados por Brasil y Colombia. Pero nada de eso cambia el diagnóstico central:

El proceso oficial ya no es el motor principal de la ambición climática.

Dónde sí se mueve la aguja: Artículo 6, finanzas de impacto y cooperación Sur–Sur

La escena del medio tiempo en el pabellón de Senegal dice más sobre el futuro que muchas páginas de texto negociado. Habla de algo esencial:

La implementación ya empezó.

El Sur Global no está esperando permiso.

La capacidad técnica existe.

El Artículo 6 puede convertirse en una verdadera columna vertebral de financiamiento climático justo… si lo diseñamos con esa intención.

Para mí, hoy los mercados de carbono solo tienen una razón legítima de existir: ser instrumentos de finanzas de impacto que trasladen poder y recursos hacia las comunidades y países que el sistema económico ha dejado al margen.

No “compensaciones” para tranquilizar conciencias.

No teatro corporativo.

Dinero real, propiedad real, equidad real.

Eso implica reglas claras:

Priorizar al país anfitrión y sus NDCs.

Participación real de las comunidades en la propiedad y los beneficios, no migajas simbólicas.

Transparencia total de flujos y gobernanza.

Integridad de punta a punta, del dato satelital al contrato social.

Horizonte de 15 a 30 años, no de trimestre bursátil.

Eso es lo que llamo Mercados de Carbono para la Equidad Global: CM4GE.

Y mientras en Belém se peleaban por comas, vimos un ejemplo muy concreto de por dónde va el futuro: el acercamiento entre CAF (América Latina y el Caribe) y BOAD (África Occidental). Su carta de intención para armonizar metodologías, compartir herramientas de medición de carbono y reforzar la cooperación Sur–Sur no es un gesto diplomático más. Es el inicio de un corredor financiero entre dos regiones que comparten vulnerabilidad, potencial y visión de equidad.

Mientras la política multilateral duda, dos bancos de desarrollo del Sur empiezan a alinear estándares, tecnología y capital para proyectos de alto impacto. Esa es la transición justa en versión práctica, no retórica.

Cuando el texto tiembla, la financiación tiene que hablar claro

Ver la COP30 desde afuera no debilitó mi compromiso. Lo reforzó.

Si el texto oficial no se atreve a nombrar los combustibles fósiles, tendremos que nombrarlos nosotros.

Si los países ambiciosos se quedan aislados en la sala, habrá que respaldarlos desde las finanzas, los proyectos y las alianzas.

Si las comunidades están listas para liderar, el capital tiene que aprender a seguirlas, no a utilizarlas como paisaje para informes de sostenibilidad.

Yo ya no espero que una plenaria desbloquee la acción climática.

La década que viene será definida por quienes se atrevan a construir fuera del guion, y luego lleven esos resultados —medibles, verificables, justos— de vuelta al sistema multilateral como hechos consumados.

Lo sigo creyendo, quizá más que en 2015:

Cuando los líderes fallan, los pueblos lideran.

Cuando el texto tiembla, la financiación tiene que hablar con claridad.

Belém no nos dio la certeza que necesitábamos.

Por eso, toca construirla nosotros. Desde el Sur, con equidad, con integridad y con resultados que no se puedan ignorar.

No hay más tiempo que perder.


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