El balcón secreto del World Trade Center: la arriesgada obra de arte que encendió teorías conspirativas del 11-S
En un reciente artículo publicado por Rolling Stone, se rescata la increíble historia de The B-Thing, un proyecto artístico que, aunque nació como una acción poética y clandestina, quedó marcado por la tragedia del 11-S.
En marzo del año 2000, el colectivo austriaco Gelitin ejecutó una hazaña que parecía imposible: retiraron en secreto una ventana del piso 91 de la Torre Norte del World Trade Center para instalar un diminuto balcón de madera y asomarse, durante unos segundos, al amanecer de Nueva York mientras un helicóptero captaba imágenes de la escena.
La operación fue meticulosa. Los artistas construyeron una especie de fortaleza con cajas de cartón para ocultar su trabajo, diseñaron herramientas para desmontar el cristal blindado y sellaron la ventana después de la breve aparición.
En su momento, casi nadie supo de la intervención. Apenas unas pocas fotos circularon de manera privada y, cuando en julio de 2001 se publicó un libro con las imágenes, el proyecto comenzó a llamar la atención de algunos medios, entre ellos The New York Times, que destacó el misterio de su ejecución.
Sin embargo, menos de dos meses después, los atentados del 11 de septiembre cambiarían para siempre el significado de aquella acción. El hecho de que la intervención se realizara precisamente en el piso 91 una de las zonas impactadas por los aviones y que incluyera el uso de un helicóptero, alimentó una oleada de teorías conspirativas.
En foros y redes, algunos llegaron a sugerir que los artistas habrían colocado explosivos o actuado en complicidad con agencias de inteligencia, a pesar de que jamás se halló evidencia alguna.
Con el auge de internet, los detalles más triviales del proyecto se convirtieron en “pruebas” para los conspiracionistas. Desde las marcas en las cajas utilizadas hasta menciones irónicas a la palabra “terrorismo” en los textos del libro, cada elemento fue reinterpretado como un presunto mensaje oculto.
Incluso el empresario Josh Harris, quien financió el helicóptero para las fotos, reconoció haber sido vigilado por el FBI y alimentó las sospechas al insinuar que la obra evidenció fallas de seguridad que pudieron ser observadas por cualquiera.
Para Gelitin, sin embargo, The B-Thing siempre fue una “escultura viviente”, un acto de libertad frente a las limitaciones físicas y simbólicas de uno de los edificios más icónicos del mundo.
Pero su intención lúdica fue rápidamente secuestrada por la paranoia colectiva posterior a los atentados.
Hoy, más de dos décadas después, el “balcón secreto” sigue siendo una de las intervenciones artísticas más enigmáticas de la era contemporánea: un proyecto que nació como juego poético y terminó convertido en mito conspirativo, según Rolling Stone.