El arte de detenerse: cómo el descanso puede salvar tu salud, tu alma y tus relaciones
Vivimos en una cultura que aplaude a quienes están constantemente ocupados. Proyectos nuevos, ideas en marcha, emprendimientos en cadena, redes sociales activas. Pareciera que cuanto más se hace, más valioso se es. Sin embargo, la Kabbalah plantea una visión totalmente opuesta: hacer sin parar puede ser altamente destructivo.
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En el programa Ponte al Día, la guía espiritual Patricia Jurado, desde los fundamentos de la Kabbalah, explica que, aunque el ser humano es por naturaleza un cocreador, alguien que transforma y aporta con sus talentos y creatividad, también necesita pausas sagradas para mantenerse conectado con su esencia. “No somos máquinas. El alma necesita pausas para recargarse”, señala.
En la actualidad, hacer de más se ha vuelto un patrón. Todo debe ser nuevo, una relación, una empresa, un producto, un socio. Pero cuando todo es nuevo, ¿qué valor tiene lo que ya tenemos? Esa dinámica convierte todo en desechable: vínculos, proyectos, amistades. Se crea tanto que se deja de sostener, de valorar, de cuidar.
Según la Kabbalah, parar también es crear. El descanso es una forma de proteger lo ya construido. El exceso de acción nos puede alejar de lo verdaderamente importante: la salud, la familia, la pareja, el bienestar emocional. "Por hacer tanto, se pierden cosas que no deberían perderse", advierte Patricia. El equilibrio no solo está en crear, sino en consolidar.
Y por eso la pausa no es pérdida de tiempo, es parte del proceso. Detenerse no significa renunciar a los sueños, sino honrarlos desde la conciencia y el cuidado. Nutrir, procesar, cuidar, cultivar: esas también son formas profundas de progreso.
No siempre se trata de correr más rápido ni de crear algo nuevo cada día. A veces, el verdadero trabajo está en detenerse, respirar, mirar hacia adentro y cuidar con calma lo que ya tienes. Los siguientes seis meses del año no necesitan estar llenos de lanzamientos, publicaciones o productos. Quizás la mayor evolución venga de aprender a sostener, con amor y sin prisa, las bendiciones que ya florecieron.